|
[
El derecho en la obra de Kafka | Lorenzo Silva ]
--------------------------------------------------------------------------------
I.
Introducción. Sobre las interpretaciones de Kafka. Justificación
de una interpretación jurídica.
En un breve y penetrante
estudio sobre Kafka publicado en el décimo aniversario de su muerte,
Walter Benjamin recurre para ilustrar la obra y el carácter kafkianos
a una anécdota sumamente esclarecedora que resulta pertinente condensar
aquí. Se cuenta de Potemkin que a menudo sufría de intensas
depresiones, que le hacían abandonar todos los asuntos de Estado
y recluirse en sus aposentos. Durante una de estas depresiones, que se
prolongó inusualmente, se acumularon un gran número de documentos
cuya tramitación no podía proseguir a falta de la firma
de Potemkin, paralizándose expedientes sobre los que la zarina
reclamaba decisiones. Sabedores de que a la emperatriz Catalina le era
grandemente desagradable que se hablase siquiera de la enfermedad del
canciller, los altos funcionarios no daban con una solución. En
esta circunstancia, el insignificante copista Shuvalkin, viendo el desaliento
de los ayudantes de Potemkin, se ofreció a arreglar el problema.
Tomó el grueso fajo de documentos y se dirigió a la estancia
del canciller. Su puerta no estaba cerrada. Le encontró sentado
en la cama, envuelto en una bata raída y mordisqueándose
las uñas. Sin decirle una sola palabra, le dio una pluma y le alargó
el primer papel. Potemkin, como en un sueño, miró a Shuvalkin
y firmó. Otro tanto hizo con el segundo documento que el copista
le presentó, y con el tercero, y así sucesivamente hasta
firmarlos todos. Shuvalkin, ufano, regresó junto a los altos funcionarios
y les entregó el montón de papeles. Los consejeros se precipitaron
sobre ellos, incrédulos ante el milagro. Pronto advirtieron que
desde la primera hoja hasta la última en todas se leía al
pie: Shuvalkin, Shuvalkin, Shuvalkin...
Como señala
Benjamin, bien puede relacionarse al "solícito Shuvalkin,
que toma todo a la ligera y se queda con las manos vacías"
con el K. de Kafka (ya sea Josef K., el protagonista de El proceso, o
K. a secas, el agrimensor de El castillo). A Potemkin, ese hombre "descuidado
y soñoliento" que "lleva una existencia crepuscular en
un lugar apartado al que está prohibida la entrada", fácilmente
se le identifica como un antecedente de esos jueces del tribunal o esos
funcionarios del castillo, que viven en un estado de descomposición
y sin embargo en cualquier momento pueden mostrarse, incluso a través
de algún minúsculo apéndice o delegado, dueños
de un poder ciego y brutal. Sustituyendo en el esquema expuesto algunos
de sus elementos por el correlativo que a primera vista se le ocurre a
quien intente interpretar la obra de Kafka desde una perspectiva jurídica,
Shuvalkin y K. pueden identificarse con el sujeto, con el individuo abstractamente
considerado; Potemkin, y los decadentes jueces o funcionarios, con el
poder o el Estado y su expresión normativa, el Derecho. En los
relatos de Kafka, a menudo de un modo explícito que hace innecesaria
la adulteración hermenéutica para poder afirmarlo, la ley
viene, si no simbolizada, sí representada por sus adocenados ejecutores,
sin que sea posible ver más allá. De ahí que se haga,
en este lugar tan prematuro, un paralelismo que en otra circunstancia
pudiera parecer demasiado osado o, incluso, una tergiversación
gratuita.
En las páginas
que siguen tratará de fundamentarse, con apoyo en una selección
de textos kafkianos, que es posible establecer siquiera sea como propuesta
la correlación apuntada. Pero antes de comenzar esta tarea es preciso
realizar algunas meditaciones previas acerca de la obra de Kafka en conjunto
y acerca, más concretamente, de sus posibilidades interpretativas.
Como es de sobra sabido, los escritos del autor de Praga han servido de
base a numerosas y ambiciosas lecturas de muy variada índole. Sobre
las minuciosas e implacables metáforas de Kafka se han erigido
interpretaciones psicológicas, sociopolíticas (no es extraño
leer que el K. de Kafka es anuncio o reflejo del hombre contemporáneo,
"víctima del engranaje del poder totalitario") y hasta
teológicas.
No se dirá
aquí que tales interpretaciones implican necesariamente un forzamiento
de la obra de Kafka, máxime cuando de lo que aquí se trata
es de esbozar una aproximación desde una óptica que podría
reputarse aún más parcial o de más precario cimiento.
Lo que sí debiera quedar aclarado es que el presente análisis
no pretende constituirse en una lectura que, hecha con mayor o menor destreza,
se alimente de lo primordial en Kafka. Porque sin duda alguna, y pese
a sus sólidas potencialidades en otros aspectos, la obra kafkiana
es fundamentalmente una magna construcción metafísica. Como
dice Albert Camus, en una muy citada frase: "Nos encontramos en las
fronteras del pensamiento humano. En su obra todo es esencial en el verdadero
sentido de la palabra. En todo caso, plantea el problema del absurdo en
su totalidad..."
De optarse por una
de las interpretaciones al uso, habría que dar quizá preferencia
a la psicológica, pero sin perder de vista este hondo sentido de
lo total y absoluto. Según la opinión más atendible,
Kafka no hizo sino escribir sobre sí mismo, sobre su compleja y
atormentada peripecia individual, poblada de fantasmas oscuros que cuentan
más como tales en su universo narrativo que los signos que eligió
para expresarlos; unos signos que sí tomó, probablemente,
del mundo que le circundaba, de su siempre despegada y a la vez intimidada
experiencia de ese mundo, y a los que de vez en cuando se ha confundido
con aquello de lo que eran mero vehículo. Una prueba de este punto
de partida estrictamente interior se halla en la ostensible estructura
onírica de muchas de sus narraciones, en las que se vierte a menudo
sin apenas traducción el complejo inconsciente de Kafka. Así,
ha sido posible que Fromm interpretara El proceso como un sueño
o que, entre nosotros, Castilla del Pino haya hecho lo mismo, por ejemplo,
con El buitre. Pero el mero psicoanálisis, con ser más veraz
y respetuoso que las simplificaciones superficiales que dan la espalda
al febril ejercicio de introspección que los relatos de Kafka suponen,
tampoco agota su significado.
Por no ser acusados
del pecado opuesto, la extrapolación, también con frecuencia
cometido con el escritor checo, puede sustentarse la aspiración
metafísica kafkiana aquí defendida con un fragmento del
propio autor tomado de una breve fábula. En ella se nos retrata
a un filósofo empeñado en estudiar el trompo que hace bailar
un niño, al que acosa para arrebatárselo. El motivo de tan
afanosa inclinación nos es explicado no sin cierto humor: "Creía,
en efecto, que el conocimiento de cualquier minucia, como por ejemplo
un trompo que giraba sobre sí mismo, bastaba para alcanzar el conocimiento
de lo general". En cierto modo, Kafka se consagró a estudiarse
y describirse como si del "trompo que gira sobre sí mismo"
se tratase. Afirmar que entrara en sus propósitos inducir de ese
estudio y esa descripción conclusiones (o sencillamente interrogantes)
tan universales como los que alcanzó no parece del todo ajeno a
su temperamento, pero, al margen de sus intenciones, si se aprecia con
cierta amplitud de visión su obra, fragmentaria y a pesar de ello
inflexible, no es difícil descubrir que logró elaborar una
alegoría integral acerca del hombre y el cosmos, que en modo alguno
se ha de ignorar aquí por el simple hecho de perseguir otras finalidades.
Sin embargo, en estas
páginas va a abordarse la obra de Kafka con una orientación
particular, y si bien no puede ya pensarse que se soslaya su valor prioritario
o metafísico, parece preciso justificar por qué y con que
fundamento se intenta aquilatar este posible valor llamémoslo secundario,
el de los escritos kafkianos como reflexión sobre el fenómeno
jurídico.
En primer lugar, y
aunque es un dato relativamente conocido, no estará de más
recordar que Kafka se doctoró en Derecho, desempeñando sucesivos
trabajos en los que de modo más o menos directo hubo de utilizar
sus conocimientos de jurista. Es decir, no sólo por formación
académica, sino también en el ejercicio profesional, el
Derecho fue una realidad con la que tuvo un contacto que no puede calificarse
de ocasional o episódico. En cuanto a su actitud ante lo jurídico,
el intérprete que con tal perspectiva se acerca a su obra se topa
en seguida y sin dificultad con numerosas invitaciones si no al desistimiento,
sí, cuando menos, a la reticencia. En la Carta al padre, extensa
misiva, cuidadosamente redactada, que su progenitor nunca llegaría
a leer, Kafka describe lo que estudiar Derecho le acarreó: "Esto
suponía que, durante los pocos meses que precedían a los
exámenes, con un notable desgaste nervioso, mi espíritu
se alimentaba literalmente del serrín que, por añadidura,
habían masticado mil bocas antes que yo". En una carta a Milena,
la escritora checa (y traductora a este idioma de algunas de sus obras)
con la que mantendría una turbulenta relación, escribe:
"...yo tenía más o menos veinte años y me paseaba
incesantemente en mi habitación, arriba, iba y venía, estudiando
nerviosamente todas esas cosas, para mí sin sentido, que exigía
el programa de primer año. Era en verano, hacía mucho calor,
un tiempo realmente insoportable, me detenía a cada rato junto
a la ventana, con el repugnante Derecho romano entre los dientes..."
A renglón seguido Kafka relata su primera experiencia sexual, en
buena medida procurada como huida del agobio de un estudio insufrible.
El suceso recuerda la lujuria que Josef K. en El proceso o K. en El castillo
eligen a veces como válvula de escape, un tanto aleatoria y compulsiva,
al complot que pesa sobre ellos. Hay otra concisa y contundente alusión
al Derecho en los diarios. En la anotación del 25 de octubre de
1921 se lee: "Sólo lo insensato tuvo acceso en mí:
el Derecho, la oficina, otras actividades posteriores..." Los ejemplos
podrían multiplicarse.
Pese a esta visión
peyorativa y hasta despectiva, que podría sugerir que Kafka no
veía en el Derecho más que un mal aceptado como ocupación
en aras de la mera manutención económica, sus escritos revelan
que, ya fuera de manera consciente o impremeditada, estuvo lejos de eludir
la cuestión. Ya preliminarmente el que muchos de sus símbolos
tengan una coincidencia externa con aquello que estudió y sobre
lo que trabajó (Kafka escribe sobre una condena, un proceso, una
colonia penitenciaria, a menudo se refiere a la ley, etc.) nos invita
frecuentemente a asociar con lo jurídico sus historias. Tanto más
teniendo en cuenta esa característica de la literatura kafkiana
que Camus enuncia con simplicidad y precisión: "Constituye
el destino, y quizá también la gloria de esta obra el que
admita cualquier posibilidad y no satisfaga ninguna." Qué
posibilidad más admisible que aquella suscitada inmediatamente
por la fisonomía del medio en que se desenvuelven sus novelas mayores.
Pero en la frase de Camus se contiene también una advertencia sobre
lo escurridiza que resulta la obra de Kafka a la hora de ponerla al servicio
de una concreta posibilidad. Y antes hemos insistido en lo inexacto de
limitarse a una posibilidad y olvidar que Kafka maneja simultánea
y globalmente todas las posibilidades. Preservando siempre este principio,
corresponde dar una fundamentación más firme que la de la
sola apariencia de un mundo de tribunales y funcionarios, o la de lo propicio
del texto kafkiano a una variada gama de glosas, para una lectura desde
el Derecho de su obra.
De entre todas las
producciones intelectuales del siglo XX, sea cual sea su especie, la de
Kafka es una de las más despiadadamente rigurosas y analíticas.
El raciocinio es manejado hasta las últimas consecuencias, concienzudamente,
llevando los razonamientos, en medio de un ambiente inseguro y hostil,
hasta más allá de lo predecible; con una frialdad asombrosa
en quien estaba transcribiendo con toda fidelidad su propia e incomprensible
tragedia. Esta cualidad, cuya consecución por Kafka desde una situación
tan adversa a ello da testimonio de su mérito, explica la versatilidad
de sus creaciones para funcionar como sistemas coherentes y acabados (aunque
estén prima facie incompletos) en terrenos muy diferentes, tanto
como lo son las varias interpretaciones que ha recibido. Y no sólo
el desarrollo del texto como significante, como pura cadena lógica,
nos muestra su disciplina. Los mundos que Kafka retrata, más allá
de la escenografía de tribunales y negociados, se nos aparecen
como manifestaciones de prolijos órdenes normativos, que sus protagonistas
se afanan (normalmente en vano) por desentrañar y comprender. Tanto
en su misma mecánica de escritor como en su cosmología literaria,
salvando lo que la pulcritud de ambas deba a su carácter a un tiempo
frágil e insensible, se percibe una huella que no se antoja descabellado
atribuir a su formación jurídica. Posiblemente Kafka detestaba
el Derecho, como ciencia y sobre todo como actividad, pero haber dedicado
una fracción de su tiempo y de su intelecto a su estudio le marcó
de un modo que no pudo disimular. Es pretencioso decir que el Derecho
o su conocimiento conformaron el universo kafkiano, que ya venía
prefigurado desde muy recónditas raíces en la personalidad
del escritor, pero no lo es tanto sostener que aportó matices que
habrían sido distintos de haber sido de otra naturaleza su instrucción
superior.
El Derecho no es desde
luego lo más importante en la obra de Kafka. Incluso puede que
sea de lo menos importante, un accidente. Pero no puede afirmarse tranquilamente
que lo que escribió sobre el Derecho o como consecuencia de él
fuera una anécdota desdeñable. Esa meticulosidad enfermiza
de Kafka impide que nada de lo que se ocupó, aunque tantos de sus
relatos quedaran inconclusos, pueda considerarse improvisado, fortuito
o inútil. Además del omnipresente influjo de lo normativo
en su obra, en los diversos niveles antes apuntados, existen numerosos
pasajes cuya temática es una clara referencia al Derecho. No sólo
a éste, quizá no principalmente a é1, así
como tal vez tampoco sea el jurídico el más fértil
análisis que se puede realizar de sus escritos. Pero su contenido
al respecto dista de ser pobre. La extensión de estas páginas
impone emplear un método selectivo y fragmentario. No se hará
una interpretación global de la obra de Kafka desde el punto de
vista de su pensamiento jurídico; sólo al final, y más
como hipótesis o proposición, se ofrecerá algún
esbozo en términos genéricos. Se opta por el comentario
parcial, pero tampoco se tratará de abarcar una colección
exhaustiva de textos kafkianos con posibilidad de exégesis desde
la perspectiva del Derecho (a modo de ejemplo, se omiten piezas como La
condena o En la colonia penitenciaria). Se consignarán cuatro relatos
seleccionados por su envergadura o por lo inequívoco de su preocupación
jurídica. En la primera categoría se incluyen El castillo
y una reunión de pasajes cruciales de El proceso. En la segunda,
dos narraciones cortas, Ante la ley y Sobre la cuestión de las
leyes. Previamente, se realizará un resumen biográfico poniendo
el acento en aquellos aspectos que resultan más vinculados con
la materia objeto de estudio.
© Lorenzo
Silva
|
|