[ El derecho en la obra de Kafka | Lorenzo Silva ]



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IV. El castillo. La conquista fallida del derecho subjetivo.

 

De las que se ha dado en llamar "novelas de la soledad", acaso sea El castillo la más densa y compleja, y a la vez, pese a ser la más abruptamente interrumpida, la que muestra una mayor elaboración y exhaustividad. De esta obra utilizaremos para nuestro estudio no un fragmento o una serie de ellos, sino algo que entraña cierta simplificación: su argumento. Y a los efectos aquí pretendidos basta con esbozar una síntesis muy escueta de él.

K., que es o finge ser agrimensor, llega una noche de invierno a un pueblo. De este pueblo se nos dice que se encuentra al pie de un castillo. Ya desde el principio la situación de K. en el pueblo se revela difícil; no es persona grata en él, levanta entre los habitantes una gran suspicacia. K. parece pasar por alto esta actitud y desde bien temprano acomete su empresa, que no es otra que la de conseguir que en el castillo (que pronto se nos presenta como un centro habitado por funcionarios inasibles, desde el que se rige el pueblo) se le tome en cuenta y se le reconozca una posición a la que se cree acreedor. Durante toda la historia K. tratará de acceder al castillo, sin conseguirlo. Primero probará con los mensajeros (hombres del pueblo relacionados con el castillo, insignificantes ante su jerarquía de la que son meros portavoces), luego con los funcionarios inferiores, pero siempre será imposible captar para su causa a alguno con un mínimo de influencia. Entre fracaso y fracaso, K. se entrega en el pueblo a una vida que le granjea la antipatía de sus habitantes. Para ello cuenta con el concurso de Frieda, una mujer del pueblo con la que mantiene una relación desordenada. A veces realiza avances irrisorios en su conocimiento del castillo, pero cuando la novela se interrumpe su situación no ha progresado sensiblemente. Según Max Brod, Kafka pretenda dar a la novela el siguiente final: "Él no ceja en su lucha, pero muere por inanición. En torno a su lecho de muerte se reúne el vecindario y justamente en ese momento llega del castillo la disposición de que en verdad a K. no le asistía ningún derecho a exigir que se le permitiera vivir en el pueblo, pero que, no obstante, y en consideración a ciertas circunstancias particulares, se le permitía vivir y trabajar allí."

Según interpreta Brod, el tema sustancial de esta obra es el de la gracia. K. busca la gracia, lucha denodadamente por conseguirla, por mediación de quien sea (es de notar la importancia que a estos efectos adquieren los personajes femeninos que aparecen en la historia). Por tanto, de seguir esta visión, que por otra parte parece verosímil y ajustada, las preocupaciones latentes en El castillo son de índole primordialmente psicológica y religiosa. Teniendo esto en cuenta, puede sin embargo intentarse la interpretación desde el Derecho situándonos en el mismo paradigma que en el apartado anterior: el de la búsqueda de la redención o, en términos más utilizables a nuestros fines, la solicitud de acogida, de acceso.

Y en El castillo, obra posterior a Ante la ley, observamos una evolución notable que abarca una multitud de aspectos. En primer lugar, la actitud del protagonista. K. no se queda como el campesino, sentado ante la puerta de la ley maldiciendo para sus adentros, o de modo que le pueda oír el portero pero siempre sin aspiraciones firmes de cambio. El agrimensor K. lucha con todas sus fuerzas, con una violencia y un ímpetu que a menudo parecen netamente desmedidos y hasta peligrosos. Kafka, que en Ante la ley viene a hacer una descalificación de la pasividad, nos muestra a un personaje poseído por un impulso insensato. Traduciéndolo a una explicitación jurídica, el individuo no se resigna ante la impenetrabilidad del Derecho, se afana por afirmarse ante él, con plena conciencia de poseer un motivo (un derecho subjetivo) para pedir aquello que se le niega; esa conciencia que el campesino sólo alcanza cuando va a morir y el guardián le dice que aquella puerta era para él.

Otra evolución se advierte en la descripción de la ley. La ley era antes una puerta cerrada, un objeto totalmente incognoscible. En la peripecia de K. la ley es el castillo, el Derecho se identifica absolutamente con el poder, y sus reglas de funcionamiento son las del poder mismo; de estas reglas, si no una verdadera información, sí tiene K., y aún más el lector, atisbos inexistentes en Ante la ley. Los servidores de la ley ya no son un simple portero con un aspecto temible. Se nos presentan o se nos sugieren funcionarios somnolientos, sumidos en un tedio insoluble (como Potemkin en la historia que reseña Benjamin), que manejan la institución que el castillo representa con indolencia, cumpliendo designios ignotos.

En definitiva, esto poco supone de progresión respecto a una ley que no era más que una puerta infranqueable. Pero averiguamos algunas cosas sorprendentes. A este respecto es crucial cierto pasaje, que también nos ilustra sobre la verdadera personalidad y fuerza de K. Al final del capitulo dieciocho, K. entra en contacto con un funcionario subalterno (muy subalterno) que parece disponer de cierta posibilidad de proporcionarle algún conocimiento que favorezca sus pretensiones. K. está muerto de sueño, a duras penas atiende al funcionario, y cuando lo hace, se conduce con tal negligencia que no saca nada de aquello. Kafka pone en boca del funcionario estas palabras: "¿Quién sabe lo que le espera al lado? Esto está lleno de oportunidades. Hay cosas que no fracasan más que por sí mismas. Sí. Esto es asombroso." Dos deducciones nos surgen de inmediato: las energías de K. obedecen a estímulos irregulares, su voluntad no le proporciona al cabo ningún resultado porque no sabe emplearla allí donde es preciso, la dilapida cuando no puede lograr nada y flaquea cuando se le ofrece algo; de otra parte, el orden reinante, el castillo como ley y poder, no es invulnerable, no está cerrado en todos sus aspectos. Es un sistema abierto, hay zonas de anomia. Ese implacable, casi insensible acusador del individuo (de sí mismo, en definitiva) que fue Kafka vuelve a admitir que aun en un universo absurdo la responsabilidad es del sujeto. Las exigencias que nos plantea son inmensas, a juzgar por el entusiasmo que K. derrocha en balde. Ése es el quid: el individuo está vencido casi de antemano por el orden objetivo, que no entiende o entiende defectuosamente, al que da lo mismo que oponga esfuerzos ingentes o una resignación farfullante. El individuo pide al orden una posición, unas facultades, un derecho subjetivo. Y el orden esquiva al individuo, ni siquiera existe en función de él como en Ante la ley (aunque tal ordenación hacia el individuo más parecía al final una broma de mal gusto, o un fracaso en el mejor de los supuestos). El desenlace de El castillo es que K. ve tolerada su presencia, sin derecho alguno, en un régimen de precario, por una mera concesión graciable. Y esto le llega cuando va a morir. Por consiguiente, y a efectos prácticos, no deja de ser un intruso, un indeseado, un importuno. Integrando esta imagen con la desprendida de Ante la ley, extraemos una crítica bífida a los sistemas jurídicos representados por "la ley" o "el castillo":

a) En un caso, dice la ley estar destinada al individuo, sin que a éste le sirva de nada, por los obstáculos con que la ley se pertrecha.

b) En otro, el castillo, el orden instituido, con un vejatorio silencio como toda respuesta a sus súplicas desaforadas, niega brutalmente al sujeto hasta el derecho básico del simple estar, del simple vivir allí, para concederle al final "por razones particulares" una merced que no crea derecho alguno y que ya es indiferente para un moribundo. El castillo es más desnudamente el poder, ni siquiera recurre al nombre de ley, una denominación que fundamenta, al menos a priori, la dominación en algo más que la fuerza misma.

Pero hay algo de interés en la fuerza como fuente de lo jurídico en El castillo: su aspecto, el descuido, la decadencia. La fuerza, y la ley que ella engendra, son como monstruos prehistóricos que bostezan incesantemente pero conservan la aptitud de humillar al transgresor con su vigor descomunal. Una vez más, a través del desfase entre las cualidades del poder y su función, que implica una pérdida del sentido que lo motiva todo, Kafka desenmascara el absurdo. Una organización repleta de defectos y lagunas (eso adivinamos), pero irremediablemente vigente, nos da una idea del Derecho como puro hecho; un hecho además inmotivado, inconsistente pese a no ser objetado. Puede sospecharse que existen unas normas, con sus correspondientes relaciones y mecanismos de funcionamiento, puede apostarse que lo que ocurre es que el agrimensor K. no es un sujeto capacitado para desentrañar esta mecánica y conseguir para sí una posición más halagüeña. Pero siempre queda una duda, radical: ¿no será que no existe ninguna norma? Parece una interrogación demasiado aventurada, se nos habla de los funcionarios como de seres adocenados, pero lo cierto es que permanecen inasibles, poderosos y respetados por el pueblo. El individuo K., en medio de su desastre, puede sentir como inasequible la desmitificación. Pero, como veremos en el apartado siguiente, el propio Kafka enuncia en otro lugar, en los fragmentos relacionados con la muralla china, estas conjeturas que aquí hemos adelantado tímidamente.

Resumiendo las ideas fundamentales que de este muy limitado análisis de El castillo se obtienen, y orientándolas a una interpretación desde el Derecho, en la infortunada epopeya del agrimensor K. se nos muestra cómo el individuo fracasa en su vehemente tentativa de conquista del derecho subjetivo. En parte se apunta una culpa del sujeto, una cierta ineptitud; pero de otro lado ella resulta de unas exigencias desproporcionadas, demasiado rigurosas para lo exiguas y azarosas que son las probabilidades de salvación y lo penosa que es la circunstancia del protagonista. Lo para nosotros más interesante es la caracterización de ese orden que niega el derecho a K. Su opacidad, su presumible anomia. Su inercia. Se trata de un orden ineficiente, salvo para mantener una situación cuya finalidad no se vislumbra. Y el individuo queda como un precarista.

Todos estos elementos han de ser retenidos para la valoración e hipótesis finales.




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© Lorenzo Silva



 
     
 
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