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La sobreestimación de Kafka (una herejía)
Gustavo Artiles
Ensayista y traductor
[ Sus intereses principales han
sido siempre el lenguaje, las letras y la música, sin olvidar las
ciencias. Así, sus ocupaciones se han relacionado siempre con esos
campos creativos, utilizando casi todos los medios: difundiendo y la prensa.
En
su país, estudió periodismo y fue durante años comentarista
de literatura y música para la Radio Nacional mientras que contribuía
con varios magazines literarios. Más tarde fue nombrado jefe de producción
de un canal de FM dedicado a las artes.
Conferenciante
sobre música en dos escuelas locales de música, ha traducido
al español, para un editor local, Breve historia de música
occidental, de Arturo Jacob.
Ha seguido cursos de literatura y lingüística inglesas en la
Universidad de Londres.
Después ha formado parte del personal del servicio americano latino
de BBC, en Londres, donde actualmente reside y trabaja como traductor e
intérprete independiente. Ha escrito un libro sobre la identidad
de Shakespeare que va a ser publicado en 2003.
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NOTA:
El siguiente texto es una adaptación y ampliación del artículo que escribí
originalmente en inglés con el título de Has
Kafka been overrated?: a heresy,
incluido en el sitio web The Kafka Project
¿Qué
es lo que ha hecho de Kafka ese gigante de la literatura moderna que tantos
de nosotros reverenciamos? No es el estilo, que es perfectamente sencillo,
aunque en el mejor sentido del término. En sus novelas, no son las tramas
en sí, que son de ámbito limitado y no tramas reales como las hallamos en
las novelas más completas sino más bien series de episodios de la vida de
un personaje. Y tampoco son los personajes mismos, que se delinean como
individuos perfectamente comunes, si bien les ocurren sucesos extraordinarios
(pero siempre relatados en forma ordinaria). ¿Cuál es entonces la cualidad
responsable del efecto Kafka? Si pudiéramos colocar en una balanza todas
las obras de Kafka y comenzáramos a retirarlas una a una, podríamos entonces
evaluar su peso relativo. Veríamos así que el mundo sigue conmoviéndose
básicamente con las dos obras que apreciaríamos quizá como de mayor peso
específico: El proceso y el cuento largo o novela corta Metamorfosis,
(Verwandlung) también traducido como La Transformación.
¿Por qué estas dos obras? Por ser obras maestras de la narrativa. Las otras,
todo el mundo las lee, casi con el mismo interés, pero principalmente por
la información que ellas pueden aportarnos acerca de Kafka. ¿Cómo
lo hacen? Permítaseme una explicación personal, la de cómo descubrí yo a
Kafka.
Comencé a leer con conciencia a muy temprana edad, en un país sudamericano
muy lejos del infierno que ardía en Europa. Palabras como holocausto,
antisemitismo, campos de concentración o de exterminio no podían tener
significado claro para mí, un niño pequeño, pero sí la música y las letras,
que siguen siendo mis pasiones. Pero aun entonces tenía la convicción
de que un mundo mejor sólo podía existir entre gente capaz de sentir esas
pasiones. No me cabía ninguna duda: la educación era el único camino a
un nivel espiritual superior para todos. Algo después, cuando había aprendido
un poco más acerca del mundo, comencé a adquirir una noción básica de
la política y a ser menos simplista. Vi por entonces los noticiarios de
la guerra y, muy poco después, la llegada a mi propio país de miles de
personas desplazadas, los refugiados, los mismos que había visto en las
pantallas de cine, con largos números tatuados en los brazos. Tenía que
quedar atónito ante esta confrontación con lo inconcebible. Y recuerdo
haberme sentido orgulloso de que mi país los estuviera acogiendo. Para
esa época ya había comprendido que las contradicciones son la materia
prima de la historia y de la vida real. Pronto habría de descubrir un
escritor que trataba precisamente el tema de la contradicción y el absurdo
cotidiano: Franz Kafka.
No recuerdo exactamente cómo descubrí a Kafka. Puede haber sido conversando
con un compañero de escuela que era judío. Pero sí recuerdo mi deleite
viendo después el nombre de Franz Kafka en la tapa de varios libros editados
por Edna y Edwin Muir exhibidos en una librería local de idioma inglés.
Aún veo con precisión aquellas tapas y su exacto matiz de verde. Era la
década de los años cincuenta y creo que aquellos libros deben haber sido
la primera edición de las obras completas de Kafka en inglés. Yo sabía
que tenía suerte, pues ya entonces podía leer en ese fascinante idioma
extranjero.
En cuanto empecé a leer a Kafka me di cuenta de que éste era el escritor
para mí. Él expresaba todas mis frustraciones, mis depresiones, mi sentimiento
de impotencia contra lo que yo consideraba -y aún considero- la condición
absurda del mundo: las contradicciones, las injusticias, la banalidad
de la violencia y lo que se pueda demostrar que frena, en vez de nutrir,
la elevación del intelecto y el espíritu humano. Sabía también que, como
yo, este hombre no sentía atracción por las modas del pensamiento, por
ningún "ismo", filosófico, político, religioso, lo que fuere, y que lo
que hacía era explorar y revelar su propia alma, aunque en formas enigmáticas.
También me complacía el hecho de que vertía sus pensamientos de una manera
apagada, siempre en modo menor, como queriendo permanecer invisible para
no ser notado, no como individuo: únicamente las ideas que comunicaba
debían ser percibidas por el iniciado. Yo no soportaba el griterío y la
vulgaridad, por lo que la discreción y el retraimiento, aunados a aseveraciones
de capital importancia, eran algo que me seducía enormemente. Y era así
como escribía Kafka.
Durante los decenios siguientes tuve la satisfacción de contemplar la
popularización de Kafka, pero observé también ciertas tendencias que no
podía aprobar del todo. Por ejemplo, el uso de su nombre por grupos que
en realidad deformaban la calidad y el propósito artístico de su obra,
explotando su nombre para sus propios fines. Esto lo hemos visto tan a
menudo en todas las artes -por la publicidad, por movimientos políticos--
que el abuso de los personajes históricos nos provoca una sensación de
vergüenza. Uno de aquellos grupos era de los propios judíos que lo postulaban
(y muchos aún postulan) como un visionario que, están convencidos, vio
venir el Holocausto. A mi modo de ver, nada de eso hay en Kafka, que ante
todo pensaba en el individuo y en la humanidad en general. Aunque sin
duda fue creativamente influido por la cábala, no era un hombre religioso
ni tampoco "judío" en el contexto político que hoy se tiende a dar automáticamente
al término. Y esto lo sabemos por sus escritos, incluidos por supuesto
sus diarios y cartas, y por sus propias palabras, recordadas por algunos
que lo conocieron. Sin embargo, aceptaba que Palestina era una buena solución
(compraba regularmente la revista Palestine). Y es verdad que le
interesó el teatro yiddish de Praga, de uno de cuyos actores llegó a ser
amigo. Este interés era primero que todo un interés artístico en algo
que, al fin y al cabo, formaba parte de su propia herencia cultural. Pero
estos hechos no deben exagerarse si pretendemos conocer al Kafka real.
Sencillamente, no sabemos lo que Franz y Dora, su última amante, hubieran
hecho si él no hubiera muerto prematuramente en 1924, cuando decían proyectar
abrir un restaurante o un café algún día en Israel. Si hubiera vivido
en los años cuarenta, ¿qué le habría sucedido? ¿Hubiera sucumbido? ¿Hubiera
ayudado a salvar su familia de las garras de los nazis y tal vez intentado
emigrar a Amerika, como su personaje Karl? ¿Cómo habría afectado
la guerra su concepto de ser un escritor alemán (en lengua alemana)? Especular
es tantálico pero de nada nos sirve. Sin embargo, por lo menos un escritor,
Bernard Pingaud, lo ha hecho en su novela Adieu Kafka ou l´imitation,
concediéndole dos decenios de desplazamiento a su biografía que lo llevan
a vivir durante todo el período bélico en Viena. Pero no es sino ficción.
Otro grupo que adoptó a Kafka como icono fue el de los existencialistas,
junto con otros que compartían el descontento con el
statu quo
en Occidente durante los años cincuenta y sesenta. Todos ellos contribuyeron
a la distorsión de Kafka explotando la atmósfera opresiva de sus relatos
como punteros hacia la necesidad de crear una sociedad más liberal, con
menos intervención del estado y mayor libertad y justicia para la persona.
Aspiraciones muy laudables, pero estaban abusando de la verdad y ayudando
igualmente a falsificar a Kafka, pintándolo ahora como psicótica víctima
del mismo Angst que ellos experimentaban con la sociedad moderna.
La angustia en Kafka no está en el hombre, ni siquiera en sus textos,
sino en la reacción del lector a ellos. Y lo opresivo que por lo bajo
denuncia no es exclusivamente de origen estatal o policial: también pone
de relieve el ambiente terriblemente opresivo que es capaz de engendrar
la burocracia. El humor y las travesuras tan caras a los surrealistas,
que él amaba (es decir, su propio estilo de surrealismo), quedaban perdidos
con ese envoltorio existencialista, ¡siempre tan serio! Apenas ahora,
unos 60 años después, comenzamos a dejar atrás esa percepción distorsionada
del escritor. Sin embargo, no hay duda de que han sido estas apropiaciones
las principales responsables de la popularidad mundial de Kafka. Si el
existencialismo no hubiera encontrado esos convenientes símbolos filosóficos
y políticos en él, sin duda que no le habría concedido igual atención.
El auténtico valor artístico no es lo que interesa a los filósofos (exceptuando
quizá a los estetas) ni a los escritores engagé. Y ciertamente
no a los políticos.
Ahora, al Kafka objetivo. A mi modo de ver, Kafka sencillamente adoraba
los juegos intelectuales, y hacer literatura es un juego serio. El suyo
es un juego por lo menos para dos. Pero su clase de narrativa es de las
que nunca nos dejan captar el cuadro entero: el ocultamiento es parte
del juego y él, además de bromista, es un prestidigitador. Como este último,
en parte consigue su fin colocando muchos árboles frente a nosotros para
que no veamos el bosque. He aquí la esencia de toda su escritura, plasmada
con muchísimos primeros planos, cosa que bien puede haber tomado de otra
de sus pasiones, el cine. Y detalles, detalles en abundancia, justamente
para lograr ese efecto. Y con sus triquiñuelas gana la partida, porque
siempre, año tras año, con las linternas que nos prestan Brod, Pawel,
Canetti, Kart, Citati. recorremos una vez más el oscuro sendero hacia
a ese castillo humano al que no sabemos si podremos llegar --pero eso
no importa--, en busca de nuevos significados y nuevas claves de su mente
y quizá un atisbo del bosque. Esto, como es sabido, es un signo seguro
de la obra maestra, el que siempre se descubrirán cosas nuevas en ella.
Y sus dos obras verdaderamente maestras son El proceso y Metamorfosis
(o La transformación). América, novela inconclusa, es
también de interés pero algo menos sensacional; mejor dicho, un tanto
más sutil. Se puede afirmar que el entusiasmo generado por Kafka sería
algo más contenido de no haber nosotros recibido esas dos obras maestras
de misterio intelectual por vía de Brod, que no cumplió el presunto deseo
(¿sincero?) del autor de que quemase todos sus papeles. No obstante, es
un hecho demostrable que el secuestro del nombre de Kafka por los diversos
grupos interesados, como está dicho más arriba, ha inflado su valor para
el público. No digo esto con ánimo de disminuir el logro de Kafka sino
con el de darle una perspectiva realista. Su valor descansará siempre
en lo que él encierra de inexplicable. Pienso que, si algún día se lograra
explicar del todo a Kafka, su fascinación disminuiría. Imagino que dejaría
de ser un escritor "popular" y se le colocaría entonces, amorosa pero
inexorablemente, junto a muchos otros escritores que son todavía leídos,
pero sólo por minorías. Aunque no creo que eso llegue a ocurrir nunca.
Tampoco sé de ningún artista cuya obra haya ganado en popularidad gracias
al psicoanálisis póstumo de alguien: los "nuevos conocimientos" de ese
tipo resultan no ser pertinentes, en la mayoría de los casos, ni para
amar al creador ni para amar la obra. La comprensión definitiva de Kafka
probablemente permanecerá como un imposible para siempre. Y me alegro
de que así sea.
© Gustavo Artiles,
2002
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