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  La paradoja de Zenón en la literatura kafkiana


Adrián Salazar Salazar
Ensayista, escritor
[ Ingeniero civil de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Manizales. Su trabajo de grado "La ingeniería en obras de Julio Verne, Franz Kafka y Jorge Luis Borges", recibió calificación meritoria. Ha escrito cuentos y ensayos.]



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La narrativa simbólica con la que Kafka construyó sus ficciones y la manera como éstas penetran en la psiquis del hombre moderno, hacen que el trabajo de este incomparable escritor checo se presente como un intrigante enigma para sus lectores; y aunque es verdad que la gran versatilidad de sus escritos permite formular múltiples interpretaciones, en la mayoría de los casos estas están motivadas por consideraciones meramente subjetivas. Ello es esencialmente cierto si recordamos que a la feliz desobediencia de Max Brod debemos el singular conocimiento de la obra de Kafka, y que prácticamente sólo en su testimonio encontramos una versión genuina sobre las verdaderas intenciones del autor. Sin embargo, a la luz de algunas reflexiones que se expondrán a lo largo de este ensayo, ciertas situaciones kafkianas que parecen incongruentes adquieren una nueva dimensión que posiblemente las hace más admisibles para el lector [1] .

Examinemos por ejemplo "Una confusión cotidiana", un relato corto que nos habla de dos seres que no consiguen juntarse para cumplir con un compromiso:

«A tiene que concretar un negocio importante con B en H. Se traslada a H para una entrevista preliminar, pone diez minutos en ir y diez en volver, y en su hogar se enorgullece de esa velocidad. Al día siguiente vuelve a H, esta vez para cerrar el acuerdo. Ya que probablemente eso le exigirá muchas horas, A sale muy temprano. Aunque las circunstancias (al menos en opinión de A) son precisamente las de la víspera, tarda diez horas esta vez en llegar a H. Lo hace al atardecer, rendido. Le comunican que B, inquieto por su demora, ha partido hace poco para el pueblo de A y que deben haberse cruzado en el camino. Le aconsejan que espere. A, sin embargo, impaciente por la concreción del negocio, se va inmediatamente y retorna a su casa.
Esta vez, sin poner mayor atención, hace el viaje en un instante. » [2]

En apariencia, podríamos afirmar que el fragmento referido fue concebido con la simple intención de escenificar una situación absurda, pues no se alcanza a vislumbrar las razones por las cuales se presentan diferencias tan marcadas entre los tiempos que utilizó A para trasladarse al punto H en cada uno de los días en que se realizaron las trayectorias. Se entiende que es inútil enumerar obstáculos o imaginar diferentes recorridos para justificar esta discrepancia, dado que la cita claramente expresa que al personaje A las circunstancias de ambos desplazamientos le parecieron idénticas. Ahora bien, este asunto adquiere un matiz diferente cuando involucramos en el análisis los argumentos eleáticos sobre la idealidad del universo. En efecto, en un medio irreal nada es lo que parece, si hay fenómenos son ilusorios, si hay leyes son desconocidas; por ejemplo, no existiría lo rápido ni lo lento, un hombre podría recorrer una distancia de su casa a un punto H en diez minutos, al día siguiente podría tardarse diez horas, luego, sólo un instante. El mismo personaje podría quedar impedido para moverse, para hablar, para detener a otro que pasa muy cerca pero que luego se aleja y se pierde para siempre [3] .

Hablar del universo como un mero espejismo, en oposición a que su existencia sea independiente de toda conceptualización, parece ser un asunto de opiniones más que de razones. No obstante, el esfuerzo de Zenón de Elea para desacreditar las sensaciones fue tan ingenioso, que la brillante serie de paradojas con la cual respaldó sus ideas ha perdurado hasta nuestros días como un complejo conjunto de enigmas intelectuales de gran interés para todo tipo de pensadores:

«La paradoja de Zenón de Elea, según indicó James, es atentatoria no solamente a la realidad del espacio, sino a la más invulnerable y fina del tiempo. Agrego que la existencia en un cuerpo físico, la permanencia inmóvil, la fluencia de una tarde en la vida, se alarman de aventura por ella. Esa descomposición es mediante la sola palabra infinito, palabra (y después concepto) de zozobra que hemos engendrado con temeridad y que una vez consentida en un pensamiento, estalla y lo mata. (Hay otros escarmientos antiguos contra el comercio de tan alevosa palabra: hay una leyenda china del cetro de los reyes de Liang, que era disminuido en una mitad por cada nuevo rey; el cetro, mutilado por dinastías, persiste aún). Mi opinión, después de las calificaciones que he presentado, corre el doble riesgo de parecer impertinente y trivial. La formularé, sin embargo: Zenón es incontestable, salvo que confesemos la idealidad del espacio y del tiempo. Aceptemos el idealismo, aceptemos el crecimiento concreto de lo percibido, y eludiremos la pululación de abismos de la paradoja.
¿Tocar a nuestro concepto del universo, por ese pedacito de tiniebla griega?, interrogará mi lector.» [4]

La forma más conocida de esta paradoja es el argumento de la dicotomía, que se basa en la necesidad de llegar al medio antes de alcanzar el término; de esta suerte, si el espacio es divisible hasta el infinito, un móvil que parte del punto A para llegar al punto B, antes de alcanzarlo tiene que recorrer la mitad de esta distancia, y antes, la mitad de esa mitad, y así sucesivamente ad infinitum. Entonces, es imposible que el móvil pueda recorrer todas y cada una de esas innumerables partes en un tiempo limitado. Precisamente ésta, según señala Borges, es la estructura de El Castillo (1926), en la que tratar de enunciar las inagotables vicisitudes que tiene que afrontar un agrimensor en busca de su destino, se convirtió para Kafka en una forma de aludir al infinito:

«La crítica deplora que en las tres novelas de Kafka [América, El proceso y El castillo] falten muchos capítulos intermedios, pero reconoce que esos capítulos no son imprescindibles. Yo tengo para mí que esa queja indica un desconocimiento esencial del arte de Kafka. El pathos de esas inconclusas novelas nace precisamente del número infinito de obstáculos que detienen y vuelven a detener a sus héroes idénticos. Franz Kafka no las terminó, porque lo primordial era que fuesen interminables» [5] .

Por supuesto, no son ésta las tres únicas obras en las que se pueden apoyar tales argumentaciones. En "La partida", por ejemplo, el móvil no puede pasar del medio y mucho menos llegar al término, con el agravante de que no existe en rigor un punto dónde se pueda iniciar el movimiento, quedando paralizado en el punto de origen:

«- ¿Hacia donde cabalga, señor?
- No lo sé -respondí-, sólo quiero partir, sólo partir, nada más que partir de aquí. Sólo así lograré llegar a mi meta.
- ¿Entonces conoce usted la meta? -preguntó él.
- Sí -contesté-. Ya te lo he dicho. Partir, ésa es mi meta.
- ¿No lleva provisiones? -preguntó.
- No me son necesarias -respondí-, el viaje es tan largo que moriré de hambre si no consigo alimentos por el camino. No hay provisión que pueda salvarme. Por suerte es un viaje realmente interminable.» [6]

La visión es exactamente la misma en "La aldea más cercana" (1916-17):

« Mi abuelo solía decir:
-La vida es increíblemente breve. Ahora, al recordarla, me parece tan condensada que, por ejemplo, casi no comprendo cómo un joven puede tomar la decisión de ir cabalgando hasta el pueblo más cercano, sin temer -y descontando por supuesto la mala suerte- que aún el lapso de una vida normal y feliz no alcance ni para comenzar semejante viaje.» [7]

Por lo demás, es posible mencionar más textos en los que participan las aporías eleáticas; por ejemplo, en "Un mensaje imperial" [8] , esta figura se usa para aludir a la infinita lejanía del emperador en el espacio; en "La construcción de la muralla china" [9] sirve para acusar la enorme distancia que separa a los jinetes de las naciones del norte de las aldeas chinas del sur; también está presente en "El escudo de la ciudad" y, presumiblemente, en muchos otros textos de Kafka que el autor de este ensayo no ha tenido la oportunidad de examinar.

A pesar de todo, podría reprocharse el hecho de que no se adhieran a este escrito versiones del propio Kafka al respecto del tema, o en su defecto las de su albacea Max Brod; sin embargo, no se halló ninguna referencia de esta índole. Ahora, con el fin de justificar dicha ausencia podemos parafrasear al profesor Albert de "El jardín de senderos que se bifurcan" [10] , y suponer que en una adivinanza cuyo tema es la paradoja, la única palabra prohibida es paradoja; así, buena parte de la obra de Kafka puede ser considerada una gran adivinanza -o alegoría-, cuyo tema es la angustiosa paradoja de saberse humano en un mundo misterioso e inextricable.

Por último, sólo resta decir que es difícil silenciar la voz de Zenón en la literatura kafkiana, e incluso, apoyándose en las palabras de Borges, se puede afirmar que: «. el móvil y la flecha y Aquiles son los primeros personajes kafkianos de la literatura.»
[11]

 


NOTAS

[1] Aunque se advierte que el gusto por la obra de Kafka -como por tantas otras- no depende de ninguna interpretación, y muchas veces las sobrepasa.

[2] KAFKA, Franz. Obras Completas. Barcelona : Teorema, 1983. v. 4. p. 1301.

[3] Esto obtenemos de Kafka, la impotencia ante los sucesos que no se comprenden ni pueden ser evitados.

[4] BORGES, Jorge Luis. Obras completas. Buenos Aires: Emecé Editores, 1978. p. 248

[5] KAFKA, Franz. La metamorfosis. Buenos Aires: Losada S.A., 1967. p.10

[6] KAFKA, Franz. Obras Completas, Op. cit. v. 4. p. 1286-1287

[7] Ibid, v. 4. p. 1140

[8] Ibid. v. 4. p. 1140-1141. Incluido más tarde en forma de parábola dentro de "La construcción de la muralla china".

[9] Ibid, v. 4. p. 1266-1267

[10] BORGES, Op. cit. p. 479.

[11] Ibid, p. 710.




© Adrián Salazar Salazar, 2004




 
     
 
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